Blog de Shivangi Chavda, Jefa de Programas de GNDR
La primera vez que me topé con la palabra "resiliencia " fue en 2001, justo cuando me adentraba en el mundo humanitario. Un mentor me la explicó a través de la metáfora del bambú,una planta que se dobla pero no se rompe. Resiste inundaciones, terremotos y vientos feroces. Esa imagen nunca me abandonó. El bambú, con su fuerza silenciosa y su elegante flexibilidad, se convirtió en mi metáfora de por vida para las comunidades que se enfrentan a la adversidad.
Hoy, más de dos décadas después, el mundo que nos rodea se tambalea al borde de la crisis: conflictos, desastres climáticos, pandemias, recortes de ayuda. Poblaciones enteras se ven sumidas en una profunda incertidumbre. Los logros en materia de desarrollo conseguidos con tanto esfuerzo se han visto erosionados en meses. Los sistemas humanitarios, tensos y politizados, luchan por salir adelante.
No sólo estamos asistiendo a un cambio, sino que estamos viviendo un desmoronamiento sistémico, un momento que exige algo más que recuperarse. Exige rebotar hacia delante. ¿Pero cómo?
Muchos nos preguntamos: ¿Qué será del sector del desarrollo? ¿Seguimos siendo relevantes? ¿Podemos influir en la paz, la equidad y la justicia? ¿Nos recuperaremos algún día? Y, lo que es más importante, ¿qué significa ya la resiliencia?
Creo que la respuesta está en la misma metáfora que dio forma a mis primeros años en este campo: somos bambúes.
Puede que nos dobleguemos -bajo el peso de la incertidumbre, bajo la pérdida de recursos, bajo la angustia del conflicto-, pero no nos rompemos. La resiliencia no consiste sólo en sobrevivir a la tormenta. Se trata de adaptarnos, transformarnos y volver a erguirnos, arraigados en nuestros valores y en nuestras comunidades.
No es la primera vez que se nos pone a prueba. La humanidad ya ha soportado guerras, catástrofes y trastornos. Lo que nos define no es nuestra desesperación, sino nuestra determinación para reorganizarnos, reconstruirnos y volver a imaginar.
El futuro del desarrollo no descansará únicamente en los grandes marcos mundiales. Vivirá en manos de los campeones locales, los que responden en primera línea, los líderes comunitarios y los jóvenes que protegerán a su pueblo, con o sin la ayuda tradicional. Las OSC deben evolucionar para ser facilitadoras de conocimientos, no sólo proveedoras de servicios, compartiendo ciencia, herramientas y tecnología de forma accesible.
Es probable que haya menos grandes instituciones y más redes de agentes comprometidos que aúnen recursos y ofrezcan apoyo más allá de sus fronteras. Las comunidades aprenderán a adaptarse con una ayuda externa limitada. Los gobiernos y las entidades privadas tendrán que unirse para crear conjuntamente soluciones sostenibles a gran escala.
Este no es el final del humanitarismo, sino el comienzo de su próximo capítulo. Un capítulo en el que la capacidad de resistencia no se externaliza, sino que es propiedad de quienes están más cerca de los riesgos. Un capítulo en el que no construyamos islas de excelencia, sino ecosistemas de resistencia.
La resiliencia no es un concepto que simplemente enseñamos. Es lo que vivimos, respiramos y encarnamos. Y como el bambú, nos doblaremos. Pero no nos romperemos. Nos levantaremos más fuertes, más inteligentes y más arraigados que nunca.
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Foto: Unidad de Emergencia de Yakkum, Indonesia