Llegué a las islas Andamán y Nicobar un mes después del devastador tsunami asiático de 2004, que asoló el sureste de la India junto con Indonesia, Sri Lanka, las Maldivas y Tailandia. Las islas quedaron marcadas por una inmensa destrucción, con casi 2.000 muertos y 5.500 desaparecidos, muchos dados por muertos. A esta catástrofe siguió otra oleada: un "tsunami de ayuda" llegó de todo el mundo cuando se hizo evidente la magnitud del desastre. A pesar de la ayuda financiera tan necesaria, la catástrofe dejó al descubierto lagunas flagrantes en la preparación, la coordinación y la planificación de la recuperación a largo plazo.
La ausencia de un sistema de alerta temprana en el Océano Índico dejó poco tiempo para las evacuaciones. La ineficacia de la coordinación entre gobiernos, ONG y organismos provocó la duplicación de esfuerzos, mientras que la magnitud de la catástrofe desbordó las capacidades locales. La distribución de la ayuda se retrasó y fue desigual, y las comunidades marginadas y remotas a menudo quedaron desatendidas debido a los daños en las infraestructuras. Las pérdidas de infraestructuras, como la destrucción de embarcaderos y la rotura de las redes de comunicación, obstaculizaron las labores de socorro y dejaron muchas zonas sin electricidad ni transporte durante semanas.
La diversidad cultural y lingüística supuso un obstáculo a la hora de prestar una ayuda integradora, sobre todo para las comunidades indígenas, cuyas necesidades se pasaron por alto. El tsunami devastó medios de subsistencia clave como la pesca y el turismo, retrasando la recuperación económica. También causó graves daños medioambientales, con la destrucción de manglares y arrecifes de coral. La concentración en el socorro a corto plazo creó lagunas en la recuperación a largo plazo, que dejó a muchas familias desplazadas en refugios provisionales durante años.
Dos décadas de avances en la RRD
La devastación era evidente, al igual que la necesidad de revisar radicalmente el modo en que, como comunidad mundial, debemos cambiar nuestra forma de prepararnos para las catástrofes. Con una mejor preparación, una mejor coordinación y una mayor inclusión de los más expuestos, las catástrofes, incluso a esta escala, pueden evitarse. Durante las dos décadas siguientes, el sector de la Reducción del Riesgo de Catástrofes (RRD) ha evolucionado para abordar estas cuestiones. El Sistema de Alerta y Mitigación de Tsunamis del Océano Índico, creado en 2005, garantiza alertas en tiempo real. Autoridades nacionales como la Autoridad Nacional de Gestión de Desastres de la India dirigen ahora respuestas coordinadas, reforzadas por una ayuda localizada y adaptada a los contextos culturales. Los enfoques basados en los ecosistemas, como la restauración de manglares, y el desarrollo basado en el riesgo vinculan la recuperación a prácticas sostenibles. Afortunadamente, estos avances han mejorado significativamente la preparación ante los desastres y la resiliencia, transformando las lecciones en acción.
Aumentar la resiliencia, aprender del pasado
El tsunami asiático de 2004 fue una llamada de atención para la comunidad internacional y para nosotros como profesionales de la RRD.. Hoy, la evolución de la RRD nos muestra la importancia de aprender de desastres pasados para construir comunidades y ecosistemas resilientes. Sabemos que integrando la sostenibilidad, la inclusión y la preparación en los procesos de recuperación, podemos garantizar un futuro más seguro y equitativo para las poblaciones vulnerables. También sabemos que el sector debe seguir evolucionando a medida que el mundo se enfrenta a un número cada vez mayor de amenazas, sobre todo debido a la crisis climática. En GNDR nos comprometemos a garantizar que las comunidades más expuestas dispongan de las herramientas, los recursos y la influencia necesarios para desempeñar un papel central en su evolución.